Navarra, un reino con raigambre

Este año nuestro aniversario volvería a tener carácter nacional y no lo digo en tono decepcionante; soy consciente de lo maravillosa que es nuestra piel de toro. Una zona específica llamaba mi atención poderosamente: el Señorío de Bértiz, la Selva de Irati, las Cuevas de Zugarramurdi, el Valle del Baztán,… un triángulo singular que no dejará de sorprender al visitante cada pocos kilómetros. Una recomendación que yo no cumplí: leer la trilogía de Baztán de Dolores Redondo; apasionantes historias policiacas ambientadas en todas aquellas tierras. Visitarlas recordando cada paso que la investigadora protagonista da para esclarecer los crímenes hacen que los sitios, además de disfrutarlos resulten hasta familiares. Yo, he de reconocer que me los compré, pero es ahora cuando los estoy leyendo, a posteriori; tampoco es mala táctica, pues al leerlo, revivo el viaje. El orden, a gusto del consumidor.


20 de junio de 2017

Es nuestro segundo viaje en profundidad a Navarra –y seguimos teniendo puntos pendientes para un tercer intento, pues Navarra es mucha Navarra. Esto lo advierto, porque habrá sitios por los que pasemos de puntillas, por ser ya sobradamente conocidos y muchos otros por los que pasaremos de largo aún teniendo puntos interesantes, pero es imposible abarcarlo todo y hay que seleccionar.

Salimos pronto de Madrid y sin parar, recalamos en Fitero. Era medio día y con un calor de justicia. Hicimos parada por aquí en un viaje anterior y dimos un pequeño gusto al cuerpo en un antiquísimo balneario del mismo nombre, a poquitos kilómetros, del que los romanos ya descubrieron las bonanzas de sus aguas, cuyos manantiales siguen brotando hoy a uno 50 grados centígrados. En estos baños nació, en 1600, el obispo –hoy beatificado- Juan de Palafox y Mendoza, hijo ilegítimo del Marqués de Ariza y de una mujer de la nobleza que para ocultar su embarazo se refugió en los Baños de Fitero y cuando nació la criatura dio orden a una criada de tirarlo al río; orden que la sirvienta no fue capaz de cumplir. El pequeño fue criado por los trabajadores del Balneario, pero pasado el tiempo, el padre se enteró de que aquel chiquillo era su propio hijo y decidió pagarle estudios en las mejores universidades, llegando a ser  Obispo de Puebla, de México y posteriormente, Virrey de Nueva España; de regreso a su patria, fue nombrado Obispo de Osma de Soria.

Otra figura famosa se alojó en este Balneario, Gustavo Adolfo Becquer. Según escribiera nuestro insigne escritor del Siglo de Oro, en una cueva cercana aparece cada noche el alma de una morita que busca agua para dar de beber a su amado cristiano que yace herido en el interior de la oquedad; invito a quien tenga valor a aparecer por allí y nos cuente si es verdad o no lo que asegura el insigne escritor.

Nos encontramos en el extremo más meridional de Navarra delimitado por los valles de los ríos Queiles y Alhama y lindando con La Rioja, Aragón y las tierras altas de Soria, es por ello que muchas de sus localidades han pertenecido a uno u otro de estos reinos en algún momento a través de los siglos. Fitero precisamente fue una de las villas disputada por los tres reinos durante casi toda la Edad Media. Su propio nombre parece proceder de “hito”/”fito” = mojón y un mojón entre tres reinos fue el punto de reunión, en 1196, de Alfonso II “el casto” de Aragón. Alfonso VIII de Castilla y Sancho “el Fuerte” de Navarra, lugar donde celebraron una comida para resolver las diferencias entre ellos e intentar una unión cristiana frente al moro, permaneciendo cada uno sentado en su propio reino; es más, lo más probable es que comieran cabritos de Castilla, patatas de Aragón y Navarra proporcionaría buenos caldos para regar los manjares. Este hecho está documentado y desde entonces el lugar es conocido como el “Mojón de los Tres Reyes”. Hoy permanece un antiguo mojón de piedra en el km. 286 de la Nacional 113, a unos 3 kms. de Valverde, en los que se encuentran labrados el nombre de las tres provincias: Logroño, Zaragoza y Navarra.

Lo más destacable de Fitero es, sin lugar a dudas, su Monasterio de Santa María la Real. Se trata, ni más ni menos, que del primer monasterio que construyera el Cister en la Península Ibérica, en 1152, monumento nacional desde 1931. Fundado por el mismísimo San Bernardo. Tiene visitas guiadas de martes a domingos de 11 a 13;30 y de 17:00 a 19:00. Era mucho esperar, por lo que nos quedamos sin verlo.
En su paseo principal figura una gran escultura homenaje de Fitero a San Raymundo; reconozco mi incultura en materia de santos y recurro a la “Wiki” y del santo, que vivió en el siglo XII y fue Abad de Fitero, se disputan el privilegio de ser su tierra natal nada menos que Sain Gaudens (condado de Toulouse), Tarazona y Barcelona! Fitero nos muestra cosas curiosas como un teatro que es un bar y una plaza de toros que parece un taller de coches.

Comimos en un pequeño restaurante recomendado por Trip Advisor, La Fitera, menú de la casa por 12 euros; nada especial.

A escasos 25 kms. te plantas en Tudela. Esto ya son palabras mayores y merece la pena pernoctar aquí y conocer la localidad con detenimiento. Lo primero que hicimos fue buscar hotel. Minimal, un apartamento precioso, con cocina y todo por 50 euros. No tenía aire acondicionado pero nos aseguró la señorita que nos dio las llaves, que abriendo la ventana del salón y otra detrás se establecía corriente y efectivamente, así era; el problema fue que daba un farol justo en la ventana y era imposible dormir con ella abierta. Recomendable, si no es un día caluroso.

La Plaza de los Fueros, centro neurálgico de Tudela, construida en el siglo XVII para celebrar en ella las corridas de toros es hoy el lugar de descanso y esparcimiento de los tuledanos. Sobresale en ella la Casa del Reloj y el bonito kiosco donde figuran los nombres de los más insignes músicos navarros: Sarasate, Gayarre,  Gaztambide y Eslava.

Pateamos bastante la ciudad y sacamos la conclusión que le falta un empuje económico; tiene zonas espectaculares que dejan sentir su pasado tricultural, en el que palacios e  iglesias se suceden, aunque unos pasos más allá edificios medio derruidos y zonas bastante pobres, dejan un sabor agriculce.

Tudela, conquistada en el año 716 por los musulmanes, adquirió un gran poderío en tiempos de Musa ibn Musa  -el “moro Muza”-, de tal manera que llegó a considerarse el tercer reino, junto con el Califato de Córdoba y el Reino Astur. La gente que acudía a la Gran Mezquita, convivía con los judíos de la Judería y los cristianos o mozárabes en sus iglesias, en verdadera armonía; aunque la conquista cristiana acabó con esta concordia, los judíos fueron expulsados en 1498 y los moros en 1516.


La catedral de Santa María es su edificio más emblemático; comenzada a construir en el siglo XI, por lo que tiene una buena amalgama de estilos y construida sobre la que fuera la Mezquita Mayor (siglo IX) con tres puertas preciosas, destacando la del Juicio Final, con ocho arquivoltas, repletas de tallas desde Adán y Eva hasta el final de los tiempos y las capillas barrocas en su interior. Destaca asimismo la sillería del coro, la imagen románica de la Virgen Blanca y el retablo gótico del altar mayor.

Otros puntos de interés son la Iglesia de Santa María Magdalena, el Castillo que otrora fuera sede de los Reyes de Navarra, en especial de Sancho el Fuerte, que nació y murió en él (adquirió fama por su participación en la Batalla de las Navas de Tolosa, obligando a huir al Califa Miramamolín), pero del que hoy solo quedan unas ruinas y, eso sí, unas maravillosas vistas de la ciudad  y el Puente sobre el Ebro con sus 17 arcos ojivales. Muchos son los palacios que os encontraréis  en vuestro periplo y merece la pena ver la Torre Monreal, atalaya de vigilancia, construida coincidiendo con la fortificación que los musulmanes hicieron de Tudela.

Llegada la hora de cenar y utilizando nuestro método habitual, paramos a un par de lugareñas y realizamos nuestra pregunta de “dónde iría usted a cenar esta noche,… bueno, bonito y barato”, no suele fallar. Nos recomendaron José Luis en la calle Muro y yo os lo recomiendo también, sin lugar a duda. Unos pinchos al estilo Norte que te dejan totalmente saciado y de lo más elaborados.

21 de junio de 2017

Desayunamos en la Plaza de los Fueros; como a mí me gusta: bocata de tortilla de patata con pimiento frito y tomate y café. El plan era llegar al Monasterio de la Oliva antes de las 12 y estaba a 60 kms.; hay visitas guiadas, pero dábamos por sentado de que solo podríamos echar un vistazo.

Llevábamos prisa para llegar al Monasterio de la Oliva y decidimos pasar de largo por las Bardenas Reales, pero el que me lee no se lo puede permitir; una visita es de obligado cumplimiento. 418 kilómetros cuadrados de espectaculares paisajes en una tierra desértica, modelada por la erosión y formando figuras que parecen de otro planeta. (Las fotos son de un viaje anterior).




Según los distintos tipos de suelos, las Bardenas están divididas en El Plano –con baja tasa de erosión-; La Negra, al sur formado por mesetas de distintas alturas y La Blanca –la depresión central y el paisaje típico de las Bardenas Reales-.

Las Bardenas también tienen su bandolero famoso –versión navarra-: Sanchicorrota, cruel como pocos, robaba a los ricos para dárselo a los pobres. Ingenioso también como pocos, calzaba las herraduras a su caballo del revés para que no supieran si iba o venía. Finalmente, le persiguieron las autoridades con tal saña que se quitó la vida. Durante tres días expusieron su cadáver en la plaza de Tudela.








Llegamos rampando las 12 de la mañana al Monasterio de la Oliva, pero a pesar de que en todos los sitios sitúan el cierre a las 12, in situ nos dicen que cierran a las 13 horas.

El monasterio fue fundado en 1149 por la Orden del Císter y mantuvo una gran relevancia durante todo el medievo, pero su suerte cambió en los siglos siguientes.

·         En 1809 las tropas napoleónicas toman y saquean el monasterio hasta 1814.
·         Entre 1821 y 1823 se clausura el cenobio durante el trienio liberal en el gobierno.
·         En 1835, con la Desamortización de Mendizábal se abandona durante 91 años hasta que en 1926 es reacondicionado y ocupado por monjes cistercienses de Getafe.


El monasterio está compuesto por varias edificaciones: el Templo Cisterciense construido entre los siglos XII y XIII, sencillo y sin ornamentación para evitar la distracción; frente al templo, la Hospedería Nueva, la antigua residencia y hospedería de 1780, que sigue funcionando como tal; la Iglesia Abacial, sobria y armoniosa; el Claustro, de un gótico de los siglos XIV y XV, muy ornamentado; la Sala Capitular, donde los monjes recibían las enseñanzas; la cocina; y la Capilla de Jesucristo, que es una copia en miniatura del templo mayor (de visitas restringidas).
El horario monacal es absolutamente rígido. En la Edad Media, los monjes se levantaban a las 2 de la madrugada y para medir su tiempo empleaban relojes de arena, clepsidras o relojes de luna. Hoy imagino que marcarán sus horas de manera más moderna. Si os enteráis, hay uno de sus momentos de oración en la iglesia en que cantan cantos gregorianos y permiten la entrada; debe merecer la pena asistir a ello.

Lo que en sus orígenes fue una pequeña capilla prerrománica, en el siglo XII tornó en un templo románico y en el siglo XIV en un gran santuario-fortaleza. Frente a la portada norte se conserva el patio de armas del que fuera el castillo del siglo IX, considerado por los musulmanes como el lugar más inexpugnable del Reino de Navarra.

Acercarse al incomparable pueblo de Ojué es de obligado cumplimiento. Patead mucho por el pueblo que os descubrirá rincones con encanto y una recomendación que agradeceréis, no os marchéis sin comer las migas del pastor en cualquiera de los buenos restaurantes de Ojué. (segunda recomendación si pedís un segundo, que las migas sean para una persona, si no no seréis capaces de seguir comiendo).

Intentamos de camino a Olite de ver la Laguna e Pitillas, que aparentemente es el mayor humedal de Navarra, pero sin profundizar mucho nos pareció con poca vida animal, por lo que regresamos a nuestro camino.


Al llegar a Olite, aparcamos el coche cerca de la Plaza principal y en cuanto anduvimos un poco, comenzamos a pensar que nos habíamos teletransportado al Valle del Loira en Francia, pero no, es Olite y su palacio. No podemos olvidar que fue mandado a construir por Carlos III “el Noble”, nacido en Francia en 1361. Carlos III no fue un rey luchador, sino amante de la cultura y la vida de lujo palaciega; de ahí la diferencia entre las fortalezas mandadas construir por otros monarcas y este palacio de cuento, que fue uno de los más lujosos de Europa.

Carlos III “el Noble” se casó con Leonor de Trastámara y de entre los ocho hijos que tuvieron, doña Blanca, fue reina de Navarra y madre del primer Príncipe de Viana, título que ostentaba el heredero al trono de Navarra. En 1512 Castilla conquista Navarra y el palacio, que ya sólo serviría para esporádicas visitas reales; a partir de ese momento comenzó su deterioro. Durante la guerra de Independencia el palacio fue incendiado por el General Espoz y Mina para evitar que los franceses se atrincheraran en él. En 1967 se terminaron las obras de restauración tras treinta años de trabajos.
                                                                                                                                           
El Palacio Real de Olite está dividido en tres partes: el Palacio Viejo (actual Parador); las ruinas de la Capilla de San Jorge y el Palacio Nuevo, que es la parte visitable y fue construido entre 1402 y 1424. La visita con audioguías está perfectamente explicada en las grabaciones. Las numerosas torres: la del Homenaje, la Ochavada, la de las Tres Coronas, la de los Cuatro Vientos, la de la Atalaya y la del Aljibe, te hacen subir y bajar, cambiando de panorámica con cada una. Todo es majestuoso y bien pudiera ser el marco de una película de Walt Disney, como los palacios alemanes: la Sala de los Arcos, una de las más espectaculares del palacio; la Cámara de la Reina o de los Ángeles, con su chimenea y vistas al jardín; la Cámara del Rey donde recibía a sus invitados; la Cámara de los Yesos o Sala Mudéjar por los yesos de su decoración, que además es la única original del palacio; las galerías del Rey y de la Reina y adosada, la Iglesia de Santa María testigo de las celebraciones de bautizos, bodas y exequias reales. No dejéis de ver la vieja morera negra situada en el patio, que junto con otros muchos frutales fueron traídos desde Valencia, remontando el Ebro y el Aragón y se le atribuyen nada menos que cinco siglos. En 1991 fue declarado Monumento Natural.


El centro de la población lo constituye la Plaza de Carlos III a la que dan el palacio y la iglesia, estaba provisionalmente ¨blindada¨, se ve que estaban próximas a festejar las fiestas locales y estaban ya preparadas para la celebración de encierros.

Era tarde cuando terminamos de ver el palacio, pero no hubo problema comimos de lujo en Asador Sidrería Erri Berri en Rua del Fondo 1ª, casi esquina con la rua Mayor.





El mapa me hizo cambiar sobre la marcha y apartarme del camino que tenía trazado en principio; incluso cambiar de Comunidad. Una población, SOS de Fernando el  Católico llamaba poderosamente mi atención por la pátina histórica que rezuma –villa natal del mismísimo Fernando de Aragón-; además no había que desviarse demasiado, a Sangüesa nuestro siguiente destino había 32 kms. y 25 más a SOS.


Buscamos hotel y elegimos con buen acierto Triskel (calle de las Afueras, 9) (68 euros, desayuno incluido), un hotel moderno y cómodo; aparentemente a las afueras y lejitos del centro, pero la realidad nos demostró que en cinco minutos andando nos plantábamos en la misma plaza del ayuntamiento. Regentado por un matrimonio encantador que hicieron muy agradable la estancia.

SOS, así llamada antes de nacer la insigne figura de Fernando de Aragón, está ubicada en una elevación rocosa del terreno, lo que la hacía plaza fuerte. En 1044 Ramiro I la incorpora al Reino de Aragón. En el año 1452, en plena guerra contra Navarra, la reina Juana Enríquez se desplazó a la villa de SOS, donde dio a luz al infante Fernando, que se convertiría en el Rey Católico.

Su casco histórico está cuidado con  un mimo exquisito. Declarado Conjunto Histórico Artístico y no es en vano que pertenezca a la Asociación de Pueblos más bonitos de España. La Plaza de la Villa es el centro de SOS del Rey Católico y de la que arrancan las pocas calles que constituyen la villa. El elemento más antiguo de la plaza es el Soportal donde se llevaba a cabo el mercado en la Edad Media. En el punto de unión de los arcos se conserva la hendidura de la vara aragonesa, que era la medida de longitud utilizada en la zona hasta bien entrado el siglo XIX. El edificio clave de la plaza es el Ayuntamiento renacentista (siglo XVI), con el escudo de la villa.  En la calle que sube hacia el castillo se halla la Lonja Medieval, donde se celebraban las grandes transacciones comerciales.

El pueblo es pequeñito y se recorre de punta a punta en un periquete, subiendo por una calle y bajando por la paralela. Caben destacar las murallas, con sus siete puertas que se conservan hasta la fecha, la Iglesia de San Esteban, la Plaza de la Villa y la Casa de la Villa, el Palacio Español del Niño (colegio de niñas), la Lonja del Mercado y el Palacio de los Sada, donde nació precisamente el ilustre monarca, debido a que la Reina madre tenía mucho interés en que el heredero naciera en tierras aragonesas. Y, por supuesto, el Parador Nacional de Turismo, que conserva el ambiente histórico y artístico de toda la villa.

En la localidad se filmó la película “La vaquilla” de Luis García Berlanga y en homenaje a dicho film se crearon trece sillas de bronce con el nombre de un actor cada una: Alfredo Landa, José Sacristán,… y placas con frases emblemáticas que se mencionan en la película.
Cenamos divinamente en el propio hotel.

22 de junio de 2017

Pululando por internet, descubrí que Petilla de Aragón estaba a escasos 20 kms. Permitidme que os sorprenda: Petilla de Aragón es la localidad natal de nuestro insigne premio nobel doctor  Ramón y Cajal. ¿Qué tiene de sorprendente? Os preguntaréis. Aparentemente nada, pero si os dijera que Petilla de Aragón es una localidad con nombre aragonés y enclavado en tierra aragonesa, pero perteneciente a la Comunidad Foral de Navarra, me iríais que eso no es posible. La historia del por qué es cuanto menos curiosa.

Corrían los primeros años del siglo XIII y el Rey Pedro II de Aragón pidió prestados 20.000 maravedíes a Sancho VII “el Fuerte” de Navarra a pagar en el plazo se veinte años, Jaime I “el Conquistador”, hijo del rey deudor, no pudo devolver el monto una vez cumplido el plazo, con lo que Petilla pasó a ser propiedad de Navarra, junto algunas otras propiedades.  La leyenda que siempre es más pícara que los anales, cuenta que en realidad se jugaron las propiedades en una partida de cartas.

Esto que puede resultar anecdótico, es un verdadero hándicap para sus habitantes; comenzando por el médico que debe ir desde Pamplona, o los niños que tienen que atender al colegio de Sangüesa, que es la localidad navarra más cercana. Por supuesto que las dos comunidades se arrogan el privilegio de que en Nobel de Medicina haya nacido en su Comunidad, pero ninguna resuelve los problemas de su vecindario.
Retornamos dese SOS, pues la casa-museo de Santiago Ramón y Cajal en Petilla sólo abren los sábados y domingos, a Sangüesa. La parada no fue muy detenida, pero sí pudimos recrearnos en su  precioso puente de hierro sobre el río Aragón –los de más edad recordarán la cantinela colegial: Ega, Arga y Alagón, hacen al Ebro varón-. Estamos en la parte más oriental de Navarra; tierra de fronteras, primero con el Islam y después con el Reino de Aragón y comienzo de la Sierra de Leire. Su mayor pujanza económica le vino de ser punto de paso del Camino de Santiago.

Nada más cruzar el puente, nos encontramos su joya de la corona: la Iglesia de Santa María la Real, obra maestra del románico. Desgraciadamente, cerrada. No entiendo que una casa de oración no tenga sus puertas abiertas a todas horas. Pero si nos pudimos quedar extasiados con su portada, con sus dos partes diferenciadas; una verdadero muestrario del  románico: pantocrátores, animales de los Evangelios, los pecados capitales; el tímpano, con Cristo y lo doce apóstoles,…

Continuando por la Calle Mayor, se van sucediendo palacio tras palacio; a la izquierda, el Ayuntamiento y la plaza de las Arcadas y detrás, el palacio gótico del Príncipe de Viana; no queda mucho de él, pero los restos están muy bien restaurados y adecuados a fines culturales; más palacios y, finalmente llegamos a la Plaza de los Fueros, donde lo más destacable es el Convento de San Francisco; una decepción después de haber visto la de Tudela. Seguro que si pateáis más, seguiréis encontrando sorpresas.






Muy muy cerquita de Sangüesa se encuentra Javier, pueblo sin gran interés, sino fuera porque en lo alto se encuentra el Castillo de Javier. Todo empezó por una simple torre defensiva del siglo XI, que con los años se fue convirtiendo en una fortaleza, pero en sus comienzos era una simple torre de vigilancia en tierras fronterizas, en la que primero vigilaban los moros a los cristianos y más tarde, los cristianos a los moros.

En el siglo XIII, la fortaleza se encontraba situada en la frontera entre los Reinos de Navarra y Aragón y aquí nuevamente vuelve a aparecer la figura de Sancho VII “el Fuerte”,  quien se apropió del castillo porque su noble propietario de aquella época no pudo liquidar un préstamo que le había hecho de 9.000 sueldos y con el castillo como garantía. Sancho VII fue el  gran prestamista de la época (una especie de Cofidis del momento), lo que le ayudó a reforzar sus fronteras, adueñándose de las propiedades avaladas por sus deudores.
El castillo ha sufrido tres restauraciones en los últimos ciento veinte años -alguna de ellas sin orden ni concierto- que dificultan observar los distintos estilos de los edificios, a través de los siglos. Pero este castillo, además del  valor arquitectónico, es hoy una joya museística, con objetos sacros de gran valor y que tiene un gran significado para la Comunidad Cristiana, pues en él nació San Francisco Javier, cuya visita recomiendo, sin ningún tipo de duda; cuidado, presentado con mucho mimo y muy organizado.
La visita a la fortaleza, que está compuesto por la planta baja, sótano y plantas primera y segunda, se comienza en lo que fueran las antiguas caballerizas, las bodegas  y el horno en el sótano. Aquí comienza el museo en el que se exponen cuadros, monedas, mobiliario y de fechas posteriores, el legado cultural y religioso de Javier. Unos curiosos dioramas representan en doce vitrinas, doce escenas de la  vida del Santo.
El castillo tiene varios hitos de obligada contemplación como son el patio de armas en la parte central del castillo en donde sobresale la famosa torre del Homenaje; los fosos y puentes levadizos; la Capilla del Santo Cristo, en la que a través de una reja, el visitante puede contemplar el impresionante Cristo gótico del siglo XVI, tallado en madera de nogal; la Basílica construida por la duquesa de Villahermosa en donde otrora estuviera el palacio y en cuyas estancias nació San Francisco Javier; por último, cruzando el patio, la Parroquia de La Anunciación, barroca, de 1702 y donde se conserva la pila bautismal donde fuera bautizado el Santo y una imagen de la Virgen de madera policromada del siglo XIII.
Haciendo un poco de historia de nuestro Santo, contaros que fue un santo viajero, tanto, que no sé cómo no ha sido nombrado patrón de los viajeros, aunque si lo fue de la misiones, por el Papa Pío XI.  Partió cuando tenía 35 años desde el Puerto de Lisboa a su apostolado allende los mares y ya nunca volvería a su tierra, pues murió en la localidad india de Goa. Se dice que recorrió más de 100.000 kilómetros.
La devoción por San Francisco Javier es grande, no solamente en tierras navarras, sino en España entera. Actualmente son célebres las “Javieradas”, que se celebran durante los dos primeros fines de semana de marzo; en ellas, miles de peregrinos acuden en romería desde sus localidades de residencia. Estas marchas tuvieron su origen en 1885, cuando una epidemia de cólera asoló la región y la población invocó a San Francisco Javier para que librara a su pueblo y a cambio caminarían en procesión hasta este punto. El Santo cumplió con la súplica y desde entonces, tras la caminata, los peregrinos celebran una misa en la explanada del castillo, oficiada por el Arzobispo.

 Dejamos Javier y entramos en parajes espectaculares a las faldas de la Sierra de Leyre. Apenas 12 kilómetros separan el castillo de Javier del Monasterio de Leyre. Gran foco de cultura del antiguo Reino de Pamplona, fue corte real, sede episcopal   y panteón de los Reyes de Navarra. Fundado en el siglo VIII y hasta que los frailes cistercienses tomaran el control en el siglo XIV, fue el centro espiritual del reino.

En el año 824 es coronado en Pamplona Íñigo Arosta como primer rey de Navarra, que tuvo que lidiar con las huestes del Califato de Córdoba y el Monasterio le servía de refugio en momentos tensos y su impresionante sierra de inmejorable vía de repliegue.

Existen visitas guiadas, algunas incluso con audición del famoso órgano inaugurado por los actuales Reyes, don Felipe VI y doña Letizia; también se pueden escuchar cantos gregorianos, coincidiendo con algunas de las oraciones diarias de los monjes, pero nosotros no tuvimos suerte. Sólo es visitable la cripta y la iglesia. Curiosamente en un  pequeño edificio aledaño te dan la bienvenida, te ofrece recuerdos, licores, vinos y demás delicias preparadas por los monjes y te entregan la llave –bueno, una de las llaves- de la Cripta, con el ruego de que aunque se encuentren otras personas dentro, se vuelva a cerrar con llave y se entregue en el mismo sitio que te la dispensan.

La Cripta es una gran proeza arquitectónica mediante la que unas finas columnas soportan una gran masa de piedra. Una cripta donde no hubo enterramientos, su función fue salvar el desnivel de las laderas de la sierra. La sencillez del primer románico destila por todos sus poros. Destaca el Túnel de San Virila, llamado así por la estatua del santo que aparece al final del pasillo, pero antiguamente era un atajo que unía el claustro con las huertas.
Da acceso a la Iglesia la “Puerta Speciosa”, preciosa como su nombre indica, en la que se asegura que trabajó el propio Maestro Esteban en el siglo XII.  Tras una reja, descansan los restos de los primeros reyes de Navarra; que fueron escondidos en los muros de la iglesia tras la conquista de Navarra y se recuperaron nuevamente en 1613.

He de reconocer que el cansancio ya iba haciendo mella y no seguimos el camino de la Fuente de San Virila, del que se cuenta fue un Abad que cayó en éxtasis escuchando a un ruiseñor, ni más ni menos que la friolera de trescientos años. Cuando volvió en sí, todo había cambiado en la Abadía. No era para menos.

La idea es cambiar de tercio y pasar de la cara más religiosa a la más natural de Navarra y nuestro objetivo donde pasar la noche era Ochagavia, pero no es fácil recorrer las carreteras navarras sin hacer parada tras parada, pues los reclamos son muchos y atrapan.



La primera parada fue la Foz de Lumbier. Un aparcamiento muy organizado donde se paga algo por entrar y un guarda nos explica que para ver algo tenemos que andar algunos kilómetros y a estas alturas era pedir demasiado -cinco kilómetros ida y vuelta-. Una pena  pues se trata de una estrecha garganta de 1.300 metros de longitud y alturas de hasta 150 metros, labrada por el río Irati y declarada reserva natural, al pie del Pirineo navarro. Cerca se encuentra un Centro de Interpretación de las Foces de Lumbier.

La segunda, la Foz de Arbaiun. En este caso tuvimos más suerte, pues un fantástico mirador, te permite ver gran parte de la foz sin tener que andar, a unos cien metros por encima del rio. Un cartel explica que hace muchos miles de años, las rocas que soportan ese mirador y sobre las que nos encontramos nosotros estaban bañadas por las aguas del río, que milímetro a milímetro ha ido excavando la roca. El resultado es un cañón de unos 6 kms., con una anchura que varía de un par de metros a casi seiscientos y un desnivel máximo de 385 metros.




Llegamos al bonito pueblo de Ochagavia casi a las 17 horas sin haber comido y el par de bares que hay en el pueblo no fueron capaces de darnos ni tan siquiera un bocadillo. La amabilidad del navarro torna un poco de lo que hasta ahora nos tenía acostumbrados y la gente de la zona es más recia, más vasca, …; de hecho ya no se oye hablar entre sus gentes, nada más que el vasco.  Pero somos personas de recursos y no salimos de viaje sin nuestros paquetes de jamón serrano al vacío que nos sacan de apuros como este.

Retomando el tema de la lengua, me vais a permitir que haga una pequeña reflexión, como filóloga frustrada que soy. Es curioso que antes de la llegada de los romanos a la península, las lenguas que se hablaban era el íbero, en toda la parte mediterránea; el celtíbero en el centro y Galicia; el tartesio en la Andalucía occidental; el euskera en la zona pirenaica y parte de la cornisa cantábrica y el lusitano en la parte central de Portugal; todas lenguas procedentes del Indoeuropeo, menos el vasco o euskera, del que hasta la actualidad se desconoce su procedencia u origen. Con el paso de los siglos, el latín absorbió todas las lenguas, dando lugar al español, el portugués, el francés, el griego, el rumano, el gallego, el italiano, etc., etc., con excepción del vasco, que permanece hasta nuestros días. Por ello, como española, defiendo la pluralidad de lenguas en mi país y con más razón esta rareza, por la que hay que luchar por mantener y que no se pierda por no tener hablantes. Estoy totalmente de acuerdo con las Ikastolas y con todo esfuerzo que se haga para su conservación por otros muchos siglos más.

El pueblo es ideal y me recuerda mucho a la Selva Negra. En él confluyen dos ríos, el Zatoya  y el Anduña, que refrescan el ambiente. El río Anduña, que atraviesa la población, estaba completamente “nevado”: una experiencia de reciclaje de plástico blanco convirtiéndolo en un manto de nieve de verano. Una divertida iniciativa. En el punto de la confluencia de ambos ríos, que coincide con la entrada al pueblo,  da la bienvenida al visitante un crucero del siglo XVI y un poco más arriba, un puente de piedra medieval. Completan los monumentos, la Iglesia gótica de San Juan Bautista y la Ermita románica de Nuestra Señora de Muskilda en la cima de un monte a las afueras de Ochagavia. Y la delicia del pueblo: sus  casas con terrazas llenas de macetas con geranios, hechas de piedra con empinados tejados a dos –incluso a cuatro- aguas, de teja plana que le confieren un aire pirenaico. Estoy convencida que no hay una población en toda Navarra que mime tanto su aspecto externo.
El hotel de la plaza era algo caro para lo que era y busqué por internet una casa rural que había nada más cruzar el río, preciosa (Martinezker). Una habitación, un baño y un salón con televisor por 40 euros (muy recomendable).

De día nos ha hecho el mismo calor insoportable que está haciendo en toda España, pero de noche, ha sido una delicia cenar en la plaza del pueblo, oyendo correr el  agua del  río y con fresquito que se agradece muchísimo.

23 de junio de 2017

Despertarnos en la casa y abrir la ventana de la habitación fue una inyección de frescura: hayas y más hayas hasta donde alcanzaba la vista. El desayuno –que estaba incluido en los 40 euros- fue una nueva sorpresa: la dueña nos lo sirvió en un comedor amueblado con maderas nobles y servido en loza de porcelana y cubiertos de plata. No se podía pedir más.


No se puede atravesar esta zona sin hacer una visita de obligado cumplimiento a la Selva de Irati, a escasos 25 kilómetros de Ochagavia. Estamos hablando de una de las reservas forestales mejor conservadas de la Península Ibérica; con una extensión de 17.000 ha. Unas veces leo que es el mayor hayedo de Europa y otras que el segundo, tras el alemán; en cualquier caso es muy muy grande.

Una estrechina y serpenteante carretera conduce desde Ochagavia hasta el Área de Acogida Virgen de las Nieves que es desde donde parten todas las distintas rutas de la parte de Ochagavia, porque hay otra posible entrada a la selva desde Orbaitzeta. No habíamos llegado ni a la mitad del camino cuando una densa niebla envolvió todo alrededor; paramos en un mirador (mirador era, pero en aquella ocasión de mirador tenía poco porque no se veía absolutamente nada) y pregunté a un pastor con sus ovejas que si por su experiencia pensaba que si esperábamos un poco se dispersaría o si era peligroso continuar, pero nos animó a seguir, nos dijo que al llegar a Irati ya no habría niebla y que fuéramos despacito por la carretera. Así lo hicimos y así llegamos, aunque en determinados momentos lo pasáramos bastante mal.
Tras aparcar el coche, hay que acercarse a una pequeña caseta que es el Área de Acogida, donde pagas 2 € por el coche para ayuda del mantenimiento y  te preguntan cuáles son tus fuerzas, cuánto estás dispuesto a andar y qué nivel de ascenso podrías resistir. En principio elegimos la más sencilla, el Sendero 61A, llamado “Paseo de los Sentidos”, 2 kms. de un sendero circular, por lo que la vuelta estaba ya incluida en esa distancia y entre los atractivos estaba la visita a la Ermita de las Nieves, que se veía desde allí. Te entregan un mapa bien confeccionado con todas los senderos disponibles y analizándolo pudimos comprobar que aplicando un esfuerzo superior, quizás seríamos capaces de emprender una ruta que nos llevara al Lago Irabia, del que habíamos visto unas fotos espectaculares y cambiamos sobre la marcha de sendero.

El NA 63 A de 8 kms., llamado “Sendero bosque de Zabaleta”, también circular, fue el elegido. Y aquí tuvimos un pequeño problema de desinformación. Habíamos advertido al chico que nos atendió de que no nos asustaban los kilómetros, pero si los metros de ascenso, pero nos dijo que tranquilos que era adecuado para nosotros. Nos indicó que tomáramos un sendero a la derecha y continuáramos por el 63 A, sin perderlo. La subida fue de pronóstico reservado, pero cuál sería nuestra sorpresa que al regreso, que va por un camino distinto, comprobamos  que bien podíamos haber hecho la ida y la vuelta por el mismo sendero desde el principio y hubiera sido de los más light.   Para más desgracia, no fuimos capaces de encontrar (nosotros y toda la gente que venía cercana a nosotros) una salida que nos llevara a contemplar el embalse; se medio adivinaba entre árboles, pero fue un poco frustrante.

A pesar de todo, mereció la pena y daría cualquier cosa por volver a repetirlo en otoño. Hay un solo restaurante, para bocadillos o platos combinados, que está bastante bien.



Del tirón hasta Roncesvalles, unos 40 kilómetros. Roncesvalles es una población minúscula y con muy poca infraestructura hotelera, cosa rara siendo cruce de caminos de Santiago, por ello los pocos que hay se aprovechan. Uno tras otro me fueron diciendo “lleno” y tuvimos que quedarnos con el primero que está a la entrada del pueblo, La Posada y presumo que el peor. 85 euros. A posteriori y tras leer que el hotel La Posada fue una de las primeras casas civiles del lugar; se la supone muy antigua, aunque su cometido dista mucho del de hoy pues ofrecía albergue a personal que por no ser peregrinos,  no tenían derecho a recibir asistencia en el hospital, ya me pareció menos malo.

Aquí ya nos olvidamos definitivamente del calor que veníamos pasando; nos hemos tenido que tapar con lo poco de abrigo que traíamos. Además, una densa niebla hace que la sensación de frío sea aún mayor; niebla que al parecer es permanente en Roncesvalles.

Al ir hacia Roncesvalles, pasamos por Burguete, la población inmediatamente anterior, que estaba en fiestas de San Juan; además había leído que esta era la población donde Heminway pasaba unos días descansando tras las fiestas de San Fermín en Pamplona, por lo que el volver a husmear me seducía. Eran las 11 de la noche pero la población estaba muerta, nos dijeron que hasta las 12 no empezaba la animación y las fogatas típicas de San Juan. Cenamos en un pequeño restaurante y nos volvimos a dormir a Roncesvalles.

24 de junio de 2017

Después de desayunar nos dirigimos a la Colegiata, el edificio más significativo de Roncesvalles, pues a las 11:15 comenzaba una visita guiada. Facilísimo dar con ello; en el siglo XIX (Pascual Madoz) Roncesvalles estaba compuesta por 34 casas, dos calles y una plaza; no creo que hoy difiera mucho.
Antes de la visita guiada, te invitan a visitar el claustro y la sala capitular con la tumba de Sancho el Fuerte.

A un costado de la iglesia yergue el claustro gótico que sustituyó a uno anterior cuyo techo se hundió en una nevada en 1600 y que da acceso a la capilla de San Agustín o Preciosa. Su exterior tiene apariencia de torre/fortaleza, pero el interior, de planta cuadrada y bóveda de crucería estrellada, alberga el sepulcro con la estatua yacente de Sancho “el Fuerte”, una bonita vidriera que representa la batalla de las Navas de Tolosa y las cadenas con las que se ataban los Imesebelen.
Sancho VII “el Fuerte” (1194-1234) no puede ser otro que quien mandó construir la Colegiata, se dice que tenía una altura de 2,20 m. y parece que lo atestiguan sus restos óseos;  a estas alturas del viaje ya es un viejo conocido nuestro, pues su presencia dejó huella en muchas de las poblaciones que hemos visitado, pero no cabe duda de que Roncesvalles debió significar mucho para él, pues no quiso ser enterrado en el Palacio de Tudela donde había vivido y murió en 1234, sino en la Colegiata; de hecho dejó escrito en su testamento su deseo de que tanto él como su esposa Clemencia, fuesen enterrados en Roncesvalles. La losa que cubre el sepulcro es la original del siglo XIII y en el testero de la capilla tras una verja se encuentra un altar y a sus pies un cojín rojo sobre el que reposan unos trozos de cadena.

La realidad es que hoy se desconoce dónde se encuentran los restos del monarca; en principio se situó el sepulcro, mandado a construir por el sucesor del rey, Teobaldo I “el Trovador”, pero en 1622 por el lamentable estado en que se encontraba, se decide enterrarlo en los muros laterales de la Iglesia, hecho que fue olvidado a través de los siglos, pero el azar quiso que se encontrara en la biblioteca el sitio exacto del enterramiento, aunque sólo apareció la losa que lo cubría. En esta capilla está también el sepulcro del prior García Ibáñez.

Recordar  la mítica batalla de las Navas de Tolosa es de obligado cumplimiento.  El 16 de julio de 1212 se desata una aguerrida batalla entre las tropas musulmanas de Miramamolín y la alianza cristiana de los reyes de Castilla (Alfonso VIII “el Noble”), Aragón (Pedro II “el Católico”) y Navarra (Sancho VII “el Fuerte”); todo parecía predecir que las huestes de élite musulmanas iban a salir victoriosas, pero en el momento más crítico lanzan los cristianos la carga de la caballería pesada y cambia el panorama de la lucha. Sancho el Fuerte y las tropas navarras rompen el cerco de Imesebelen (soldados especiales “el Verde”.  La participación de Sancho “el Fuerte” fue decisiva en la batalla y los historiadores cuenta que volvió a Navarra con varios fragmentos de la cadena usada para mantener presos a los esclavos aprehendidos y una esmeralda que actualmente se encuentra en el museo.  En conmemoración a estos hechos el escudo de Navarra representa unas cadenas de oro sobre fondo rojo y una esmeralda en el centro, representativa del trofeo ganado al Califa.

Nuestra guía, Assunta, una simpática señora,  nos fue contando la historia de Roncesvalles –la auténtica, que poco tiene que ver con la literatura- y nos hablaba de sus personajes históricos como si fueran su familia y de la colegiata como si se tratara del salón de su casa. ¡Fantástica! Impresionante los conocimientos que tiene de esta tierra, sus edificios, su historia y entresijos y lo mejor, contado todo con un sentido del humor que hacía la visita de lo más amena.

Pronto empezamos a darnos cuenta de que no estábamos en una población navarra más, Roncesvalles es mucho Roncesvalles y las razones son varias:
·         En estos parajes se libró la famosa Batalla de Roncesvalles, mencionada en el primer cantar de gesta que la literatura ha dado: El Cantar de Roldán –aunque con la historia algo tergiversada-.
·         En Roncesvalles confluyen tres de las principales vías jacobeas francesas, por lo que representó el punto de entrada de casi todos los peregrinos procedentes de Europa durante todo el medievo.
·         Tiene un patrimonio histórico y artístico que tuvo mucho que ver no solamente con la historia de Navarra sino de España también.

Corría el año 778 y el ejército del emperador Carlomagno volvía a su tierra pues la toma de Zaragoza no fue  tan fácil como anteriormente lo había sido la de Navarra; tenían asediada la ciudad maña cuando llegaron las noticias de la sublevación de Sajonia y se dieron en retirada llevando con ellos  como rehén al mismísimo Sulaymán al-Arabi, Balí de Barcelona, que había traicionado a Carlomagno en la promesa de ayudarle a conseguir Zaragoza. De vuelta y tras haber arrasado Pamplona, al pasar por un desfiladero próximo a Roncesvalles (Valcarlos), tribus vasconas (diversos historiadores hablan de vascones con la ayuda de musulmanes) atacaron la retaguardia de las huestes francas –dirigidas por el mismo sobrino de Carlomagno, Roldán-, lazando piedras, dardos y enormes rocas montaña abajo,  derrotándolos completamente; este hecho esta constatado en los Anales Regios francos.

La mítica derrota propició en los siglos siguientes todo tipo de leyendas, recogidas en parte en el cantar de gesta “La Chançon de Roldand” novelando la derrota del ejército de Carlomagno. Ya  no se trata de una expedición dirigida a consolidar el poder franco en tierras del sur, sino de una más de las fabulosas conquistas de Carlomagno, “que había dominado toda España, salvo Zaragoza, porque estaba en lo alto de una montaña” y en el que los vascones pasan a ser sarracenos –“un enorme ejército de cuatrocientos mil sarracenos”-, narra la muerte del héroe (Roldánd) y la traición de su padrastro Ganelón, que cuando Roldand avisa del peligro, mediante el cuerno de marfil,  convence a Carlomagno de que es una simple expedición de caza. Ganelón es juzgado y condenado a la muerte en Aquisgrán y con él el final de la Chançon.

Un poco después, en 813, se descubre la tumba del apóstol Santiago en Santiago de Compostela y Alfonso I “el Batallador” (1104-1134) nomina Roncesvalles como paso obligado para los peregrinos procedentes de Francia y con este fin se construye un hospital-monasterio de peregrinos en 1127 en Ibañeta, siendo trasladado cinco años después al Roncesvalles actual.

El complejo hospitalario recibió el apoyo de todos los reyes navarros posteriores: García V Ramírez (1134-1150), Sancho VI “el Sabio” (1150-1194) y Sancho VII “el Fuerte” (1194-1234), que como ya sabemos, ordena la construcción de la Real Iglesia Colegial (La Colegiata).

Con unas pinceladas de historia que nos hagan comprender la complejidad histórica de esta localidad, comienza nuestra visita guiada.

Empezamos por la diminuta Iglesia de Santiago, también llamada de los Peregrinos, gótica del siglo XIII, de forma rectangular; en su espadaña cuelga la famosa campana de los peregrinos, procedente de la antigua iglesia de San Salvador de Ibañeta, donde se construyera el hospital de peregrinos en sus inicios. La iglesia llegó a una ruina total y a principios del siglo XX se hizo una buena restauración que nos permite verla como fuera construida.

Junto a la pequeña iglesia encontramos una enigmática construcción, la Capilla del Sancti Spiritus o el Silo de Carlomagno. La tradición y la leyenda difundió que el edificio fue creado para enterrar a Roland y a los doce pares (aristócratas francos que participaron en la Batalla de Roncesvalles), incluso que allí clavó su espada en señal de derrota. La realidad es que esto no se ha podido comprobar, pero bien pudiera ser, se trata de una capilla funeraria, donde se depositaban los cadáveres de los peregrinos que morían en el hospital (aunque no eran enterramientos perpetuos). Es el edificio más antiguo de Roncesvalles, construido en el siglo XII y en el XVII se le añadió un pequeño claustro destinado al enterramiento de los canónigos, carnario era llamado.
Nos cuenta Assunta que en 1932 se hicieron unas excavaciones, bastante precarias, pues consistían en distintas catas tomadas aleatoriamente, pero en las que sí se reconocía que la tipología de los esqueletos encontrados más profundamente era de vascones primitivos, lo que confirma que los enterramientos en el lugar son bastante anteriores al siglo XII. Está deseando que con las nuevas técnicas arqueológicas de hoy en día se vuelva a realizar un análisis de las distintas osamentas que hay aquí.

Tras ver estas dos edificaciones exentas, nos dirigimos a la Colegiata  cruzando la carretera. El impresionante enclave incluye la iglesia, varias capillas, el claustro, la biblioteca, el museo, la casa prioral y la de los beneficiados, albergues y posadas, incluido un antiguo molino que hoy es la oficina de turismo.

A la entrada, los dos edificios que la flanquean son la casa de los canónigos a la derecha y el de la biblioteca a la izquierda, cuya planta baja alberga el Museo de la Colegiata, que sería nuestro tercer hito en la visita. El museo conserva varias joyas artísticas, aunque ni con mucho, representa el valor que la Colegiata llegó a tener en épocas medievales y posteriores. Las ayudas, donaciones y apoyos de todo tipo procedentes de todo el occidente europeo hicieron que la institución alcanzara un poder sin parangón en la época y las rentas de las  propiedades por toda la geografía europea les hacía afrontar con holgura la atención hospitalaria. Tras el Obispo de Pamplona, el prior de Roncesvalles era la segunda dignidad eclesiástica, con representación incluso en Cortes.

La visita obviamente no podía llevar a una explicación exhaustiva de todo el contenido del museo, pero si se recreó en las piezas más importantes; por ejemplo, el famoso “Ajedrez de Carlomagno”. La leyenda cuenta que cuando Carlomagno se enteró del desastre de su ejército en Roncesvalles, estaba jugando al ajedrez –me gustaría saber cómo jugaría el emperador con nueve cuadrículas por cada lado en el tablero en lugar de ocho-. Es una preciosidad, al parecer con función de relicario, realizado en el siglo XVI en plata  y esmaltes. Otra de las piezas fundamentales del museo es el Evangeliario románico, sobre el que juraban fidelidad al Fuero los Reyes de Navarra en su coronación, hecho en plata dorada y filigrana.

El resto son piezas de gran valor, pinturas, monedas, tallas, manuscritos, orfebrería, como una arqueta de plata gótico-mudéjar del siglo XIII y dentro de la pintura el Tríptico del Calvario de la escuela de El Bosco y la Sagrada Familia de San Juanito, de Luis Morales y, como curiosidad, la preciosa esmeralda ganada por Sancho el Fuerte en la batalla de las Navas de Tudela, referido anteriormente.



La Iglesia/Colegiata de Santa María tuvimos oportunidad de verla la noche anterior, muy engalanada, pues se celebraba una curiosa boda, con contrayentes e invitados vestidos con ropajes típicos medievales. Mandada construir, como no podía ser de otra manera, por Sancho “el Fuerte”, es un magnífico ejemplo del gótico navarro, aunque ha sido muy reformada. Planta de tres naves con decoración muy parca y de la que sobresale la magnífica escultura de mediados del siglo XIV de la Virgen de Roncesvalles. La Iglesia del siglo XIII de estilo gótico con influencias francesas sustituyó a una románica del siglo anterior, cuya ubicación se desconoce actualmente. Desde su fundación y hasta la desamortización de Mendizábal (1835) estuvo regida por canónigos agustinos.

La Virgen, que es una magnífica talla realizada en Toulousse y que tiene un valor incalculable, posee como toda escultura de Virgen que se precie, una curiosa leyenda: durante un asedio a la Colegiata –se desconoce si de mulsumanes o de franceses-  fue enterrada por un canónigo que muere sin poder comunicar dónde había ocultado la imagen y así permaneció durante años. Pasado el tiempo, unos pastores asustados contemplaron unos ciervos que acudían a beber a la fuente y de sus cornamentas destilaba una luz cegadora, hecho que ponen en conocimiento del Obispo de Pamplona que en principio no cree a los pastorcillos. Al obispo le quitaba el sueño el tema de los pastores y se decidió a  acudir a Roncesvalles para averiguar si aquello era verdad y ordena excavar en el lugar, hasta el encuentro de una urna de mármol que mantenía en su interior la hermosa Virgen.  Hoy la Virgen es una de las imágenes con más devoción en el Pirineo, a un lado y a otro de la frontera; de hecho es conocida como la “Reina del Pirineo”.

El nuevo Hospital de 1802 es hoy en día albergue juvenil y se encuentra en la parte más alejada de las edificaciones.


Era hora de salir, si queríamos llegar al Baztán, nuestra siguiente zona por visitar, hacia mediodía. Unos 70 kilómetros separan Roncesvalles de Elizondo, capital del valle de Baztán. 70 kilómetros de curvas y contracurvas, de montañas y valles y pueblecitos que invitan a hacer parada y fonda en cada uno de ellos.

A unos 7 kms., más o menos antes de llegar a Elizondo, recomiendo girar a la izquierda hacia Zigaurre, para ver el Mirador de Baztán, donde podréis contemplar los mismos paisajes que acabáis de recorrer pero en una vista desde una panorámica más completa: el bucólico valle con el río Baztán, como por estas tierras llaman al Bidasoa. Compensa tremendamente.

Ya casi llegando a Elizondo, el hambre aguzaba y un  hotel restaurante a mano derecha que tenía muy buena pinta nos atrapó como un imán. Fue un acierto, comimos de maravilla. La atención extraordinaria; como detalle, después de haber pedido, la camarera nos trajo un plato de pochas para que las probáramos ¡qué cosa más rica! Hotel-Restaurante Baztán. No lo dudéis y muy bien de precio. La camarera nos contó, con mucho orgullo, que los adornos de la mesa eran de una película de la que habían filmado parte de ella allí: El guardián invisible. Film basado en una de las novelas, del mismo nombre, de la trilogía de Dolores Redondo, cuya lectura ya os recomendé al principio de mi entrada.


Seguimos en el Pirineo navarro pero en su parte más occidental y por su proximidad al mar Cantábrico hace que su clima sea más benigno y sus montañas mucho menos abruptas. Estamos hablando de una tierra verde, muy verde –gracias a que las nieves no son tan copiosas, pero si las lluvias que son abundantes-; de una tierra de brujas y aquelarres; de fuertes tradiciones; y frondosos bosques de robles, hayas y castaños.

En la parte práctica, en Elizondo el turista o visitante puede encontrar lo que quiera y es el mejor lugar para abastecerse para el viaje.
Elizondo está atravesado por el río Baztan (Bidasoa) y es una preciosa población, cuajada de bonitas casas-palacetes, muchas de ellas mandadas construir por indianos que volvían a su tierra desde las Américas; la lista resultaría larguísima. Lo mejor sería recorrer detenidamente la calle Mayor, sin olvidar la otra orilla del río. Cabe destacar el Palacio Arizkunenea o del Conde o de las Gobernadoras, actual sede de la Casa de Cultura, el pórtico del Ayuntamiento y la Iglesia de Santa Cruz, con un buen retablo renacentista de San Miguel en su interior.
La idea del viaje surgió, además de por estar el Valle de Baztán entre mis "must",  me enteré de que el  24 de junio se celebraba un concierto de la Orquesta Sinfonietta Académica que interpretarían el Concierto de Aranjuez, del Maestro Rodrigo y el Amor Brujo de Falla, con baile, en la mismísima cueva de Zugarramurdi ¿se podía pedir más? Dicho y hecho, compré las entradas por internet y el viaje para “el concierto”  se extendió un poquillo: ocho días por Navarra, con nuestro aniversario entre medias ¡La ocasión la pintan calva!

El concierto era a las 20 horas, por lo que había que darse un poco de prisa; teníamos que llegar a la casa rural que habíamos reservado a través de AirB&B en Zugarramurdi, bueno a 2 kms. por 57 euros.  Qué contaros de la casa, … una maravilla y nuestra habitación, con baño y vestidor,…. Preciosa.  El dueño y su novia, Jean Michel y Ainoa, una pareja encantadora que han sido unos anfitriones excepcionales. Chapeau!


El espectáculo fue excepcional en un marco sin parangón. Las cuevas de Zugarramurdi con una iluminación sinuosa y bailarinas saliendo de sus recovecos a ritmo de la mejor música escrita nunca es una experiencia incomparable,… un lujo.

25 de junio de 2017

A la mañana siguiente, tras ducharnos y arreglarnos, nos disponíamos a despedirnos cuando Jean Luis nos preguntó que cómo nos íbamos sin desayunar (los 57 euros incluían el desayuno, ¡pues genial!). Desayunamos en familia, Jean Louis, Ainoa, su padre y el perrillo de la casa; todo estupendo.

Fuimos derechos al Museo de las Brujas; tres plantas, muy organizadas, en las que exponen de una forma muy original, el proceso inquisitorial de las Brujas de Zugarramurdi.

Es una pena, pero Zugarramurdi entró en la historia por los tristes hechos que tuvieron lugar en el territorio de Xareta, hace 400 años, entre 1609 y 1614. En estas grutas se celebraban los supuestos aquelarres que constituyeron un hito en la historia de la brujería y la Inquisición. A lo largo de esos años, las mujeres, hombres y niños, muchos de ellos de Zugarramurdi fueron acusados y castigados en el mayor proceso contra la brujería de la historia.

Los acontecimientos tuvieron lugar en 1608, cuando María de Ximildegui, de 20 años, procedente del sur de Francia, pero que vivía en el pueblo de Zugarramurdi, afirmó haber bailado con brujas y haberse embadurnado con pócimas proporcionada por las hechiceras. Dicha confesión corrió como la pólvora y saltó los confines del pueblo, llegando a la propia Santa Inquisición, que mandó a sus fuerzas vivas al lugar. Tras sus particulares pesquisas, el resultado fue el Auto de Fe de Logroño el 6 de noviembre de 1610 con la quema de once personas. (cinco en efigie, esto es, un muñeco que representara a aquellos que habían muerto en prisión o se habían suicidado)  y diversos castigos a otras cuarenta y dos más. Tras el Auto, se generó tal histeria colectiva que el norte de Navarra se llenó de brujas y embrujados.
Uno de los inquisidores cómplice de aquella injusticia, Alonso de Salazar y Frías, religioso de Burgos, investigo durante tres años los testimonios de los ajusticiados y llegó a la conclusión de la imposibilidad de poder volar o volverse invisible, por muchos pactos que se hiciesen con Lucifer; las mujeres que confesaban haber “yacido” con Satán, fueron catalogadas como vírgenes en las pruebas efectuadas por las matronas; todos aseguraban salir de sus casas volando por huecos entre los muros, y un largo etcétera que le llevó a convencerse de que no había tal práctica de brujería.  Con las conclusiones de Salazar la Inquisición no pidió perdón, pero sí cambió su proceder en los juicios posteriores; su frase fue innovadora en aquella época: “ No hubo brujos ni embrujados en el lugar hasta que se empezó a hablar y escribir de ellos”. Desde aquel momento, el consejo redactó unas instrucciones que exigían mayor rigor en la presentación de pruebas. Esto significó en la práctica que el Santo Oficio rebajó las penas y dejó de quemar brujas cien años antes que el resto de Europa. ¡No fue poco!

A fin de hacer conocer todo aquello que sucedió en Zugarramurdi en el siglo XVII, se rehabilitó un antiguo hospital, situado a las afueras de la población, camino a las cuevas, para montar el curioso museo de las Brujas.

El museo además de explicar todos los hechos muy gráficamente: un bosque de columnas relacionan los nombres de los acusados y sus condenas: un video que relata la vida de Maria de Ximildegi y el comienzo de la cacería de brujas; la recreación del Monasterio de Urdax y la intervención de Fray León de Aranibar que hizo saltar todas las alarmas; la sala de la Inquisición, donde se muestran las máquinas y los procesos de tortura que los inquisidores utilizaban para conseguir las confesiones de los acusados y una última sección sobre “Sabiduría ancestral” vinculada a la experiencia que han adquirido las sucesivas generaciones y que surgen de la relación entre el ser humano y el entorno natural que le rodea; sala de la mitología vasca; costumbres e importancia de la mujer vasca; una sala más sobre la demonización y una última con un video del Akelarre.

 Zugarramurdi pertenece a la zona conocida como Xareta y que comprende cuatro municipios que se extienden a uno y otro lado de la frontera entre Francia y España: Ainoha y Sara, catalogados ambos como dos de los ”Pueblos más bonitos de Francia”y Zugarramurdi y Urdax en territorio español. Curiosamente, los cuatro pueblos están unidos por senderos que los une, formando una especie de círculo: 8,5 kms. entre Sare y las Grutas de Sare; 3,5 kms. entre las Grutas de Sare y Zugarramurdi; 5,2 kms. entre Zugarramurdi y Urdax; 7 kms. entre Urdax y Ainhoa y 12,5 kms. desde Ainhoa y Sare. La forma de no perderse es buscar los indicadores del sendero con la imagen de un caballito morado, con cresta y cola roja muy divertido. No lo hice, pero he de reconocer que me hubiera gustado hacerlo.
El museo cumplía diez años y como parte de los actos de celebración asistimos a una especie de procesión de gigantes y cabezudos que junto con niños y mayores ataviados con ropa folclórica del lugar entonaban cantos y bailes. Muy curioso y colorido.


De nuevo al coche y a la Cueva de Urdax –la de Zugarramurdi ya la habíamos visto el día anterior en el concierto; no una visita completa, pero si la sala principal-.

Cuarenta minutos dura la visita a esta maravilla de la naturaleza; luz, sonido y un buen guía son los ingredientes que te ofrecen para contemplar el resultado de la perseverancia de cada gota, durante la friolera de miles y miles de años. 
Las cuevas de Urdax-Unrdazubi, también conocidas como de Ikaburu, ya eran refugio de los habitantes de estos montes hace 20.000 años. En ellas se han encontrado  utensilios domésticos y de caza del hombre del paleolítico. No lejos de las cuevas se han encontrado grabados de animales, aunque no es visitable en aras a su conservación.

En 1808 es cuando se tienen noticias por primera vez de esta cueva , porque se utilizó como refugio huyendo de la invasión francesa. Hoy es propiedad del Ayuntamiento de Urdax que la ha acondicionado para que podamos contemplar esta maravilla.

1.850 metros cuadrados de galerías intercomunicadas excavadas por el agua. Estalactitas y estalagmitas se muestran majestuosas con esos tonos cambiantes y formas caprichosas que con la paciencia que tiene la naturaleza para diseñar sus grandes obras, nos hacen disfrutar hoy de salas como la de Recepciones de 30 metros de largo por 23 de ancho; la de los Reyes o la de las Columnas, ambas recorridas por el río Urtxumea.
El pueblo de Urdax es un pueblo turístico y muy bonito. Comimos en un restaurante, Montxo, estupendísimamente. En principio nos sentamos en el comedor del restaurante, pero cuando me levanté a lavarme las manos y pasé por el bar, un pincho  tras otro me llamaban a gritos desde la barra. Cambio de planes, nos levantamos y cambiamos de menú ¡Qué delicia! Creí que estos pinchos sólo existían en el mismísimo Bilbao.

Urdax es pequeñito, pero tiene muchas cosas que ver (convento, iglesia, molino,…), aunque o esperábamos a que abriesen por la tarde o perdíamos mucho tiempo, por lo que la visita fue dar una vuelta por el pueblo y disfrutarlo.







Llegamos al Señorío de Bertiz (30 kms.) al atardecer, creíamos que estaría ya cerrado, pero afortunadamente el horario de verano se extendía hasta las 20 h. En mi ignorancia, pensaba que el Señorío de Bertiz sería una inmensa zona arbolada, pero jamás que sería algo que en algún momento había pertenecido a alguien.

Pues sí, en el siglo XIV , el propietario de todo lo que alcanza nuestra vista –y bastante más- pertenecía a Pedro Miguel de Bertiz. Durante cinco siglos fue pasando la propiedad de generación en generación hasta que pasó a alguien ajeno a la familia Bertiz, siendo el último propietario don Pedro Ciga Mayo, un indiano que compró la propiedad para vivir en un sitio tranquilo y que ante notario donó esta maravilla a la Diputación Foral de Navarra a condición de que se encargaran de conservarla y mantenerla en el mismo estado en que se encontraba.

Bertiz es un parque natural de poco más de 2.000 hectáreas, empinadas y cubiertas casi en su totalidad por un boque caducifolio formado principalmente por robles y alisos en las partes bajas y hayas y castaños en las altas y dentro de él, la joya de la corona es el Jardín Histórico-Artístico, con más de cien años de antigüedad, donde se puede encontrar un gran número de especies de arbustos y árboles exóticos para la montaña navarra, como el ciprés calvo o de los pantanos del sureste de Norteamérica, el bambú verde de China y Japón, la yuca de pie de elefante de México  y Venezuela, el abeto rojo, el álamo blanco, el cedro del Himalaya o el del Líbano, la Araucaia o el liquidámbar y un largo etcétera procedentes de los cinco continentes de los números viajes de don Pedro Ciga Mayo y su familia; estanques, puentes, senderos; una capillita y el palacio Aizkolegui, curiosa construcción de inspiración modernista que resulta un privilegiado mirador sobre Bertiz y sus alrededores.

En taquilla dan un especie de itinerario que recomiendan seguir de un paseo sensorial que te lleva a utilizar un sentido u otro dependiendo de la especie de que se trate: experimentar a través del sentido del tacto un abrazo a una sequoia y sentir la unión hombre-vegetal; a través del tacto y del olfato caminar en el interior de un  roble y experimentar lo que nos ofrece la madera muerta; o aguzar bien el oído y escuchar, junto al estanque el sonido de la cascada y el canto de las aves,…



No estaba previsto, pero decidimos recorrer los 38 kms. de autovía que nos separaban de Pamplona y pasar el día siguiente allí. A través de Booking obtuvimos una buena oferta en un muy buen hotel, muy céntrico (69 euros más 20 de dos desayunos –recomiendo el hotel y, sin embargo, que se desayune fuera, pues no vale lo que te sirven-).

26 de junio de 2017

Una visita a Pamplona siempre te ofrece otra cara; en esta ocasión amenazaba lluvia, por lo que decidimos visitar su Catedral.



 El solar donde se asienta la catedral de Santa María fue asentamiento de épocas tan antiguas como de Pompeyo Magno en el año 74 a.C, la Pompaelo romana. Los trabajos arqueológicos han sacado a la luz cimentaciones de época romana, aunque se desconoce el uso que se dio hasta la construcción del templo cristiano que fue demolido en 924 por Abd-al-Rahman III. En 1001 y 1035 Sancho “el Mayor” levanta un nuevo templo y posteriormente es demolido para edificar una catedral románica (1127) y su claustro construido diez años después, que sería sustituido en 1280 por un nuevo claustro gótico, mandado construir por Carlos III “el Noble”. Posteriormente, lo sería la Capilla de Braganza, el refectorio y la cocina. En 1391 se derrumbó la catedral románica quedando solo en pie la fachada y la cabecera. Durante todo el siglo XV se prolongaron las obras de la catedral actual  y en el XVIII se derribó la fachada románica y se construyó otra neoclásica, obra de Ventura Rodríguez.

La fachada de Ventura Rodríguez imita los típicos frontis griegos, con columnas, sustentada por una torre a cada lado; una de ellas alberga la famosa campana María, de 12 toneladas, la segunda más pesada de España. Se dice que el territorio que abarca la Cuenca de Plamplona, está delimitado por aquellos lugares hasta donde llega el tañido de la campana.
El tesoro de reliquias histórico-artísticas que atesora la catedral es de los más importantes de toda la comunidad navarra, no en vano ha sido lugar de coronación de reyes, de reunión de Cortes y sede de la Diputación del Reino. Su nave central de 28 metros de altura, alberga el bello sepulcro de Carlos III de Navarra y su esposa Leonor de Trastámara, realizado en alabastro, aunque la verdadera joya de la seo es su claustro; uno de los más bellos del gótico universal.

Las obras artísticas más sobresalientes de la Catedral son el retablo de Caparroso (1507), el lienzo de Fray Luis Ricci (1632) y el Santo Cristo Crucificado de Juan de Anchieta (s. XVI). En lugar presidencial se encuentra la talla de madera revestida en plata de Santa María la Real, románica del siglo XII, la más antigua de las imágenes marianas de Navarra; ante ella se coronaban, bautizaban y bendecían los reyes navarros.


Dos bellísimas puertas (la Preciosa y la de Nuestra Señora del Amparo), conducen a cuatro corredores de la Catedral. Merece la pena detenerse ante el sepulcro de Leonel, hijo bastardo de Carlos II y en la Capilla Barbazana, en donde encontraremos el sepulcro del obispo Arnalt de Barbazán, con la imagen gótica de piedra policromada de la Virgen del Consuelo.



La Capilla de las Navas de Tolosa (siglo XIV) situada en el templete del lavabo del claustro catedralicio –llamada así, porque según la tradición, la reja que la cerraba había sido construida con parte de las cadenas que rodeaban la tienda del califa Miramamolín al-Nasir y que fueron rotas por nuestro ya viejo conocido Sancho VII “el Fuerte”, en el curso de la célebre batalla entre cristianos y musulmanes en 1212.

Las dependencias la completan la Biblioteca con 14.000 volúmenes, la Sacristía y el Refectorio y la Cocina, sede del Museo Diocesano.

La Sala de Arqueología  despliega la muestra Occidens que resulta didáctica, amena y alejada de los museos catedralicios que estamos acostumbrados a ver. Vivir la batalla de las Navas de Tolosa, escuchar las voces de los monjes de Leyre cantando gregoriano o ver en directo los restos arqueológicos que esconde el suelo de la Catedral, o mediante un programa informático ver cómo le sentaría el traje de soldado romano, de reina de la baja Edad Media, o de dama del Siglo de Oro,…son algunos de los atractivos con los que el visitante se va a encontrar.

Se accede por una pasarela que recorre la exposición y desde la que se sorprenderá por proyecciones 3D, hologramas y espejos.


Sala Edad Antigua (312-712) – Se pueden contemplar en directo algunos de los restos arqueológicos y ver a los propios arqueólogos trabajando. Destacan los restos de un poblado vascón prerromano.


Sala Edad Medieval (712-1512) – Se tratan temas como la reforma gregoriana, el románico y el gótico; se escucha canto gregoriano de los monjes de Leyre y se proyecta un video que rodea de humo al espectador como si estuviese en la mismísima batalla de las Navas de Tolosa.


Sala Edad Moderna (1512-1812)


Sala Edad Contemporánea (1812 a nuestros días)

Cuando salimos llovía ya copiosamente, por lo que nos guarecimos en un restorancillo de la mítica calle de los encierros, Estafeta. Tras comer, seguía “jarreando” y decidimos abandonar Pamplona.

 Una carreterita de quitar el hipo al más bragado, conduce al Santuario San Miguel Excelsis, en la Sierra de Aralar, pero merece la pena el trayecto (el “camino es la meta” cobra completo sentido subiendo) y simplemente, estar allí.  Nosotros fuimos por la A-10 y N-2410 hasta Zamartze y volvimos por Baraibar y la A-15, aunque son unos pocos de kilómetros más, es un poco más suave.

El templo se asienta en lo alto de un cerro y su fundación tiene una bonita historia. Teodosio de Goñi fue un caballero navarro que partió a la guerra contra los sarracenos. Tras años de ausencia  y cuando estaba ya de regreso a su tierra, se encontró con el diablo disfrazado de peregrino que le dijo que su esposa se acostaba con uno de sus criados. Ciego de ira corrió hacia su casa y al entrar en el dormitorio vio dos cuerpos yaciendo en él;  desenvainó la espada y de un tajo sesgó la vida de los que allí dormían. Al salir, se encontró a su esposa Constanza y a su hijo; había matado a sus propios padres que estaban de visita y se habían quedado a dormir allí.
Teodosio fue condenado a vagar por la sierra con una cadena atada al cuello; únicamente podría regresar cuando esa cadena se rompiera por el desgaste o por un milagro. Transcurrían los años y Teodosio seguía vagando sin descanso y un día encontró una  profunda sima de donde emergió un dragón;  se encomendó a San Miguel, que bajó de los cielos portando una cruz, con la que mató al monstruo y rompió las cadenas. El condenado pudo volver a su casa y abrazar a su mujer e hijo. Con el tiempo volvió a construir un templo en honor del Arcángel, actual Santuario Excelsis.

Todos los años, por primavera, la efigie de San Miguel de Aralar sale del Santuario y recorre kilómetros besando la cruz parroquial de unas doscientas  localidades y/o instituciones  y posteriormente bendice  los campos y visita a los enfermos.

En tiempos de romanos, sobre la cima del Monte Aralar, los romanos levantaron un ara coeli (altar del cielo) en honor de los dioses para que protegieran a todo aquel que circulara por la calzada romana del valle, que unía Astorga con Burdeos. Sobre sus ruinas, siglos después se construiría el templo que ahora contemplamos (construido por Teodosio o por quien fuera).

La iglesia se termina durante la primera mitad del siglo XI, siendo consagrada en 1141 y fue construida sobre un templo carolíngeo (siglo IX), del que solo quedan unos sillares en el ábside y que fue destruido por Abderramán III. Muy cerquita de la Iglesia existe un depósito semiencerrado que almacena agua potable procedente de lluvia.

Nada más entrar vemos una pequeña capilla (1129) que custodia el fragmento de la Cruz de Cristo (lignum crucis). Unas cadenas –no, en esta ocasión no son las que rompiera Sancho VII “el Fuerte”- que recuerdan la leyenda de Teodosio de Goñi que tuvo que vagar por la sierra con las cadenas para espiar sus pecados hasta que éstas se desgastaran y se rompieran. Dentro de la capilla hay un hueco que comunica con la sima de la cual surgió el dragón. La imagen que se venera en San Miguel de Aralar es una figura de madera revestida de plata de 1756 y en su interior se encuentra un fragmento de la cruz de Cristo que el caballero navarro don Ramiro trajo de la primera cruzada en 1099.

Una de las joyas del Santuario es el Retablo de Esmaltes del siglo XII. 37 esmaltes en torno a la Virgen con el niño.  En 1979, una banda de ladrones enviados por el famoso traficante de arte Erik “el Belga” perpetró el robo del retablo forzando la urna de cristal y arrancando del soporte de madera las 39 piezas esmaltadas que lo componen. Dos años después del robo, la policía francesa recuperó veinte piezas del retablo que estaban en poder de anticuarios españoles. Ese mismo año una operación conjunta de las policías italiana y española, concluyó con la recuperación de las principales piezas del retablo (15 esmaltes más) y varias detenciones de la banda denominada “clan de los marselleses”. Posteriormente, en Barcelona fue detenido Eric “el Belga” y se recuperan un apóstol y un rey mago. Hoy se puede contemplar el retablo con la ausencia de dos medallones y seis pequeños tramos de arquería dorada, que son las piezas todavía no recuperadas.

Ya de regreso y tomando la misma carretera en el mismo sentido que traíamos, volvimos bastante mejor, con un regalito que nos esperaría a medio camino: una manada de caballos enanos nos saldría al encuentro en la carretera. ¡Preciosos!

Por ser una curiosidad, me permito copiar textualmente de la Wikipedia el texto con su procedencia.
Pottoka, voz del euskera que significa pequeño caballo, es el nombre con el que se conoce una raza de Equus caballus de pequeña envergadura o poni, que habitaron casi sin cambios, desde el Paleolítico y hasta la actualidad, los territorios montañosos de la cordillera Cantábrica, en la península ibérica y de los Pirineos en ambas vertientes.

Se distinguen al menos ocho razas autonómicas en este grupo cántabro-pirenaico: el garrano de Portugal, el Caballo de Pura Raza Gallega en Galicia, el asturcón en Asturias, el monchino en Cantabria, el losino en el norte de Burgos, la jaca navarra en Navarra, el caballo de Merens en los Pirineos y el pottoka en el País Vasco.

El caballo de Merens también es incluido en este grupo de caballos por parte de diversos autores, y se trata probablemente de una mezcla con caballos ibéricos y bereberes.

Con esta bonita estampa en la retina y en la tarjeta de memoria, seguimos camino hasta Puente la Reina (65 kms. de cómoda autovía). Un hotel a las afueras –es decir, antes de llegar- llamó nuestra atención:  Hotel Jakue (53 euros sin desayuno). Fue un riesgo pues no sabíamos si estábamos muy retirados del centro de la ciudad; pero acertamos, pues el viaje era un agradable paseo.

Ciudad muy agradable y con ese sabor de peregrinación que ofrecen todas las poblaciones que se encuentran en el Camino de Santiago. Puente la Reina es convergencia de dos grandes ramales: el navarro que viene de Roncesvalles y el aragonés procedente de Somport.  Nacida por y para el camino en el siglo XII, cuando Alfonso I “el Batallador” decidió poblar las regiones cruzadas por la ruta jacobea. Es una ciudad muy bonita y muy manejable; sus hitos turísticos son pocos, pero os garantizo que alguno de ellos os hará invertir varias horas, seguro. Tres iglesias: la del Crucifijo, la de Santiago y la de San Pedro y su puente románico sobre el Arga, que da nombre a la población y que proporcionará las mejores fotos del viaje.

Ya era de noche y tomamos unas raciones en una teracita en la calle Mayor, en cantidades que podrían alimentar a un regimiento –con una habríamos tenido bastante-.
27 de junio de 2017

Una recomendación;  el desayuno del hotel costaba 8 euros por cabeza: lo típico, fiambre, bollitos, zumo de naranja de polvos y café con leche,  recomiendo, comer en el bar del propio hotel, nos “pusimos las botas” a base de tortilla de patatas rellenas y cafelito por 5,70 euros los dos. Tiene una barra llenitas de pinchos al cual más apetecible.

Seguimos el mismo trayecto de la noche anterior, pero ahora intentando ver los templos por dentro.

La primera fue la Iglesia del Crucifijo.  Del siglo XIII, románica y dedicada a Santa María de las Huertas y en el siglo XIV se le añade una segunda nave gótica para que cupiera el Crucifijo, que hoy es símbolo de la iglesia. A la izquierda de la nave se encuentran los restos del mártir y beato Juan María de la Cruz. El Cristo es impresionante y original; un tronco de árbol desnudo del que pende la imagen del Cristo de largos brazos que parece abrazar al peregrino. Creedme, la imagen atrapa.

La iglesia que fue fundada por la Orden del Temple, pasó a manos de los Caballeros de Malta, en 1443, y allí levantaron un convento-hospital de peregrinos. Ya en el XVIII se sustituyó el antiguo convento por el actual, neoclásico, que fue hospital de guerra, cárcel y fábrica de pólvora y finalmente, fue ocupado por los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús, que lo convirtieron en el actual Colegio Seminario.

Siguiendo la calle Mayor, llegamos a la Iglesia de Santiago el Mayor, obra de finales del siglo XII, reconstruida en el XVI y a la que nada menos que Ventura Rodríguez añadió la parte superior de la torre. Especialmente interesante es su portada sur, una de las tres con arco polilobulado que hay en Navarra.  Desgraciadamente, no pudimos verla, pues estaba cerrada; me  quedé con ganas de ver un Santiago “morenito”, una talla gótica de Santiago Beltza (negro en euskera).

Sin perder la calle Mayor, llegamos a la Plaza Mena, con porches del siglo XVIII y finalmente, alcanzamos el puente que le da nombre a la villa, sobre el río Arga, erigido en el siglo XI por orden de una reina, aunque no se sabe a ciencia cierta si por doña Mayor, esposa de Sancho el Mayor o por doña Estefanía, su nuera. Este puente, de siete arcos (el arco más oriental está sepultado bajo tierra) forzosamente nos lleva a desterrar la idea extendida de que el románico es pesado; no puede haber una obra para cruzar un río más grácil que esta, donde el uso de la piedra se encuentra reducido al mínimo.





Nuestro siguiente destino, Estella (31 kms.). Al igual que Puente la Reina es otra villa fundada para y por el Camino de Santiago y a él debe sus numerosos monumentos; de hecho se la conocía como Estella la Bella. En sus inicios, el camino no pasaba por Estella –bueno, mejor dicho es que no existía Estella-. La ciudad fue fundada por Sancho Ramírez, rey navarro que la fundó junto al poblado vascón de Lizarra en 1090, con objeto de establecer un asentamiento en un lugar estratégico del camino; posteriormente desviaría el camino para que atravesase Estella.

El primer monumento  que nos encontramos es la Iglesia del Convento de Santo domingo. Fundado en 1259 para los frailes dominicos por orden y a costa del rey Teobaldo II de Navarra. En 1839 pasó a dominio público tras la desamortización y en la actualidad es una residencia de ancianos del Gobierno de Navarra. La iglesia estaba cerrada y en la propia residencia nos indicaron que lleva meses sin que la abriese nadie.

Aparcamos, tarea nada fácil, cerca de la estación y de allí andando –muy cerquita- hasta la Plaza de San Martín con su bonita fuente de los Chorros. La vista se va involuntariamente a un edificio que sobresale en la plaza, el palacio de los Reyes de Navarra, del siglo XII, único ejemplo palaciego del románico civil navarro que ha llegado hasta nuestros días, hoy sede de un museo Gustavo de Maeztu y que fue declarada Monumento Nacional en 1931. Curioso uno de los capiteles de una de las columnas que narra gráficamente el mítico combate entre Roldán y el gigante Farragut uno y los castigos del infierno de los avaros, el otro.
Justo frente al palacio, una empinada escalera conduce a la iglesia-fortaleza de San Pedro de la Rúa que formó parte del sistema defensivo de Estella. Obra románica de la segunda mitad del siglo XII, con soberbia portada con un arco polilobulado, diez arquillos y ocho arquivoltas. Sobresalen la robusta torre fortaleza, antiguamente almenada y rebajada en el siglo XVI y como ornamentos, la estrella símbolo de la ciudad y un crismón con las letras alfa y omega invertidas. En su interior destaca la capilla de San Andrés y su cúpula; la virgen románica de Belén; un crucifijo gótico del s. XIV; una talla de san Pedo del XVII y una pila bautismal del XVIII.

Anexo a la iglesia, un singular claustro que resultará de lo más recompensador para el visitante, si sabe contemplarlo con detenimiento. De las cuatro crujías originales sólo quedan dos, debido al gran deterioro sufrido con el derrumbe del castillo en el siglo XVI con nueve arcos de medio punto, cuyos capiteles representan la lucha de los hombres contra los monstruos. Observad una de las cuatro columnas que se enrosca sobre sí misma.

Como curiosidad, contaros que se enterró en el claustro a un peregrino desconocido y de su sepultura salían unas luces insólitas que hicieron abrir el enterramiento y el enigmático personaje resultó ser el Obispo de Patrás que portaba las reliquias de San Andrés; momento desde el cual el santo se convirtió en patrón de Estella.

Sin salir del ámbito de la Plaza de San Martín destacan otros edificios: el antiguo ayuntamiento gótico, hoy sede de los juzgados, el renacentista palacio de San Cristóbal y el barroco del Gobernador, hoy Museo del Carlismo.


Siguiendo por la rua de Curtidores –antigua calle de los Peregrinos-, se alcanza la Iglesia del Santo Sepulcro, en la que se atendía a los peregrinos desde 1123; comenzada a construir a finales del siglo XII se finaliza en el XIV. En la portada gótica, los apóstoles acompañan a Santiago vestido de peregrino y a San Martín de Tours.

Volvemos sobre nuestros pasos, hasta el Puente de la Cárcel, construido en 1973 para sustituir al primitivo que cien años antes había sido mandado volar por los liberales en la tercera guerra carlista durante el bloqueo de la ciudad. Ofrece un fantástico panorama sobre el rio Ega.

A la hora de la comida decidimos buscar un restaurante a conciencia, que no fuera, como habíamos hecho hasta ahora, guiarnos por el olfato para elegir entre lo que nos salía al paso. Recurrimos al “casi nunca falla” Trip Advisor y el restaurante catalogado como el número uno en Estella y con infinidad de excelentes comentarios era O Taller Gastronómico Casanellas, en la calle Espoz y Mina 3. Un restaurante pequeño haciendo gala al show cooking que permite ver cómo va la preparación de tu atún marinado –por ejemplo-; un menú corto que se rige por la ley de productos de temporada, por lo que no podrás saber de antemano qué vas a comer. Borja San Martin Casanellas y Ainhoa Casanellas Luri  son los artífices de este arriesgado proyecto, no necesitan a nadie más. Ainhoa te recibe, te asigna mesa, te explica cómo se va a cocinar lo que vas a comer y qué condimentos son los seleccionado,  te sirve y para los postres, ya tienes la sensación de estar en casa, pues Ainoha te cuenta cómo dejó su trabajo en Nueva York y junto con su primo emprendió esta andadura en su tierra hace cuatro años. No lo dudéis, un restaurante de 10.

Caminamos por la calle Ruiz de Alda y tenemos la Biblioteca y la Iglesia de San Miguel Arcángel, joya del románico del siglo XII, cuya portada septentrional es probablemente el mejor ejemplo español del románico tardío, constituyendo su iconografía una auténtica biblia pétrea.

Desde la Iglesia de San Miguel se puede bajar hasta la Plaza de los Fueros, hoy centro neurálgico de la ciudad y en la que se pueden contemplar la Iglesia de San Juan y un par de palacios barrocos.











Es hora de volver a coger el coche para acercarnos a la Basílica el Puy; unos 20 kms., en lo alto de un monte a las afueras de Estella y de ahí viene su nombre, Puy es un término francés que significa cerro. Como todo santuario que se precie, está basado en una leyenda: en 1085 unos pastores, avisados por estrellas, descubrieron la imagen de la Virgen del Puy. La actual basílica fue inaugurada en 1951. En el interior, su decoración gira entorno a la estrella de ocho puntas, que constituye el escudo de la ciudad. Sobresale la iluminación que procede de una linterna a 20 m. de altura. La talla  de la patrona de Estella es gótica de madera chapada en plata.







 Estella está considerada como la capital del carlismo; en ella se estableció, con todos sus ministerios la  corte de Carlos VII durante la tercera guerra carlista (1872-1876). Las tres guerras carlistas supusieron tres cruentas guerras civiles durante el siglo XIX, que enfrentaron a campesinos contra burgueses; a la tradición y la iglesia frente a la modernidad y el laicismo; a los fueros contra el centralismo.

Fernando VII muere sin descendencia, pero antes de que llegue el momento, promulga la Pragmática Sanción por la que deroga la Ley Sálica que impedía que las mujeres accedieran al trono, lo que permitiría a su pequeña hija Isabel, de tres años,  reinar en España. Pero el hermano del rey, Carlos María Isidro que aspiraba al trono y fue el directo perjudicado de la Pragmática no estaba dispuesto a conformarse.  Ejerció la regencia del reino, hasta la mayoría de edad de la pequeña Isabel, la esposa de Fernando VII, que se alió con los liberales para preservar el trono de su hija ante los levantamientos de los Carlistas que representaban la tradición y la iglesia.

Primera Guerra Carlista (1833-1839)
Levantamiento de carlistas en el País Vasco y Navarra, con un trasfondo político que se materializa en dos personas con teórico derecho al trono. Don Carlos entra en España y se pone al frente del ejército, con armas de Rusia, Austria y Prusia; mientras Isabel II contó con la ayuda de Inglaterra, Francia y Portugal y terminó con la derrota de los Carlistas en 1840.

Segunda Guerra Carlista (1846-1849)
Más que guerra civil fue una insurrección al Gobierno moderado del momento y se centró en Granada y Cataluña y fue fácilmente sofocada.

Hubo algunos alzamientos en 1855 y 1860 en San Carlos de la Rápita y 1869, ya con Isabel II destronada, tras la Revolución de la Gloriosa, pero que tampoco cuajó por su mala organización

Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
Con la llegada al trono de Amadeo de Saboya se provocó la insurrección armada del último de los pretendientes carlistas, Carlos María de Borbón. La restauración borbónica con Alfonso XII en el trono marcaría el declive carlista y su inminente derrota en Cataluña, Navarra, País Vasco y el resto de España.

Permítame sorprender al lector, contándole algo muy bueno que nos quedó de estas guerras carlistas y que es la tortilla de patata. Cuenta la tradición que llegando Zumalacárregui (general carlista) hambriento y cansado a un pueblo al norte de Navarra se hospedó en una humilde casa. La casera en su afán de agasajar a su ilustre invitado y no teniendo nada más que unos pocos huevos y muchas patatas decidió combinar ambas, dando lugar a uno de los mejores inventos de la humanidad.


Otra visita de obligado cumplimiento, por la cercanía, es al Monasterio de Irache; nos acercamos aun a sabiendas de que no abre los lunes ni los martes y que la iglesia estaba cerrada por obras, pero a pesar de ello, decidimos ir.

Nos encontramos en Montejurra, monte mítico del carlismo, donde en 1873 se celebró una sangrienta batalla en la que las tropas liberales sufrieron una dolorosa derrota. En el monasterio se curó a muchos de los heridos sin distinción de uniformes, no en vano ha sido el primer hospital de peregrinos desde su fundación en el siglo X. Como ya he comentado no podemos hablar nada más que del exterior. La iglesia tiene una portada gótica del siglo XIII a la que se superpone otra barroca del XVIII. Junto a ella una imponente torre, concluida en 1609, inspirada en las torres del monasterio de El Escorial.

Irache comenzó su andadura a mediados del siglo X cono monasterio benedictino, luego fue hospital de peregrinos y a partir de 1569 universidad, donde se impartían los títulos de filosofía, teología y medicina. La invasión napoleónica expulsó a los monjes e instaló su cuartel en el monasterio. Volvió a servir como hospital de guerra en las guerras carlistas. En 1986 el Gobierno de Navarra toma posesión del cenobio y llegaron las primeras restauraciones, aunque gran parte se encuentra medio abandonado a la espera de una nueva función que le haga seguir siendo útil a la sociedad.

Antes de marcharos, no olvidéis, a mano izquierda, de dirigiros a la Fuente del Vino. Bodegas Irache mantiene abierta una singular fuente de la que mana vino, en atención a la costumbre hospitalaria durante la edad media de nunca negar un trozo de pan y un vaso de vino.



Aquí terminaba el viaje teóricamente, aunque sé que nos dejamos mucho en el tintero; pero siempre  hay que dejar algo para volver. Buscamos un hotel pues ya era tarde y sería mejor salir temprano a la mañana siguiente. El hotel Yerri, caro y malo, no lo recomiendo en absoluto.

28 de junio de 2017

En un afán de prolongar el viaje por estas tierras que enganchan, nos desviamos a Torres del Río, un pueblo pequeñito, pero cuya iglesia del Santo Sepulcro llamaba poderosamente mi atención.

En la puerta, un cartel advertía de que si se deseaba ver la iglesia por dentro se llamara a un teléfono. Asi lo hicimos y enseguida llego la señora que lo enseñaba.

La iglesia es enigmática en sus orígenes, en sus funciones,… Iglesia funeraria del Camino de Santiago, faro de peregrinos, iglesia templaria,… nada puede probar ninguna de las teorías. Si consta, sin embargo, que en 1100 un monasterio existente allí, junto con la iglesia, fueron cedidos a la orden benedictina del Monasterio de Irache (la iglesia no sería la actual sino otra anterior, cercana en el tiempo). De planta octogonal con cúpula donde se eleva la linterna, cuya función parece que era servir de guía a los peregrinos, aunque quien nos abrió la puerta dudaba mucho de ello, pues no cree que se viera desde el Camino.

Preside el templo un crucificado con corona real y cuatro clavos que se fecha en el siglo XIII.

La iglesia por sus proporciones destaca como un monumento cumbre del Románico navarro y fue declarado monumento Histórico-Artístico en 1931.



Un poco más arriba de la iglesia entramos a tomar un refresco en un bar/hostal, en el que pasamos un rato divertido, disfrazándonos de soldados medievales.


Y esto ha llegado al final.

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